Probablemente algo que escribí escuchando a Lana del Rey

En un instante se hicieron las diez de la noche. Veintidós horas del día que retumbaban en la casa y en el viejo reloj de cuerda del salón principal. Gong. La señora Beatriz pensó que se iban otras veintidós horas de su vida, desperdiciadas en esa enorme mansión que el señor Alfredo y ella habían comprado varios años atrás. Se detuvo en el varios y en el habían comprado: ciertamente, los varios se habían transformado en décadas; y la casa siempre había estado a nombre de su marido. Honestamente, todo pertenecía a Alfredo, de alguna u otra forma. Los muebles habían sido de sus abuelos. El piano de cola, una reliquia materna que se remontaba al menos hace un siglo atrás. Y el reloj, el bendito reloj, un regalo de no sé qué señor importante a la familia de su padre. Ese reloj que ahora mismo indicaba el ocaso de un día e indefectiblemente el ocaso de su vida y su juventud. Beatriz recordó que era el momento de tomar sus antidepresivos. Luego, como todas las noches antes de irse a la cama, se sirvió una copa de vinto tinto para poder dormir. Esto era algo que había adoptado como costumbre desde que Alfredo venía tarde a la casa. Como la verdad era demasiado dolorosa como para ser aceptada, Beatriz optaba por fantasear que su esposo trabajaba hasta altas horas de la noche, como el magnate de negocios que era y que siempre había sido. Las pastillas y el vino pronto harían que olvide los olores de un Alfredo trasnochado, los olores del alcohol, el cigarillo y el perfume de otra mujer.

cuidar de una misma

qué cosa difícil
cuidar de una misma
abrazarse en silencio
confortarte
sabiendo que no es cierto
que todo va a estar bien
que hay un lado bueno
qué cosa difícil
arrastrar tu propio peso
traerte de lo más profundo
del infierno
un infierno personal, propio
y a medida de nuestros miedos
qué cosa difícil
alentar sola tus deseos
cuando nadie, ni vos misma
creés en ellos
cuando te sentís una basura
y te das algo de mérito
porque es muy difícil cuidar de una misma
con tantos demonios internos y externos


yo ya no soy yo. soy sólo una reminiscencia de lo que fui. un espectro, una imagen fugaz.
no soy yo y no sé quién soy. soy una impostora, una mala copia de mí misma. un recuerdo adulterado.
no puedo imaginar quién seré de ahora en adelante, porque hasta ahora las perspectivas son desastrosas. y no quiero ser quien fui, ni ser quien soy ahora: la nada misma, un signo de interrogación que flota en el éter y se mueve en el tiempo y el espacio.

melancolía dominical

en una terraza tomando sol
leyendo novelas
historias de viajes
vidas salvajes
luego al televisor
al computador
navegando, husmeando
vidas ajenas
cosas inservibles
hechos inverosímiles
todo aquello que no soy
y que quisiera ser
la tristeza pronto empieza a ceder
en un domingo que acaece

cansancio del alma

El cansancio del alma es el peor de los cansancios. No se cura ni con ocio ilimitado ni con diez horas de siesta. Nadie parece entender bien en qué consiste, sólo que es un tipo de sentimiento muy desagradable y difícil de ignorar, como cuando de pronto un recuerdo embarazoso aparece y el cuerpo se estremece de vergüenza.
Pues bien, el cansancio del alma combina sensaciones de angustia, nostalgia, estrés, resignación, frustración, ansiedad y en algunas ocasiones, enojo. Hasta ahora, ningún ser humano es capaz de manejar las emociones: es por eso que un alma cansada es incurable.
¿O sí? Quizás. No en esta sociedad. No en este sistema, que no descansa ni da tregua. 

cachitos de pensamientos inconclusos (como siempre)

Siento que debería decir mil cosas y no las digo. Por cobardía, por angustia, por ira, por motivos varios que en fondo (eso yo bien lo sé) son excusas patéticas para quedarse callada. ¿A qué precio el silencio? No lo sé y nunca lo supe. Quizás más adelante entienda lo que costó. Y lo que cuesta, porque somos animales de costumbres. 
Me miro al espejo y no soy yo. Quisiera gritarme "¡esa no sos vos! ¡volvé a lo que eras antes, hipócrita!" Pero no hay caso. Las palabras no quieren salir. Otra vez el puto silencio, y las ganas contenidas de decir y hacer. Todo parece cambiar a mi alrededor, y yo también cambio, quizás por inercia. El cambio, como algo inevitable, el orden natural de las cosas. El Cambio, con mayúsculas, para darle importancia. 

8 de marzo

como una plegaria alzo mi voz
y te digo a vos, mujer
que trabajás día y noche
que soportás abusos
que cuidás de tus hijos
que pensás en el futuro
que pasás horas frente al espejo
que por tu condición te pagan menos
que creés en lo imposible
y en lo posible, que también es bello
que soportás penurias
que disfrutás de las sorpresas
que preferís hacer el amor y no la guerra
que luchás por la igualdad y el respeto
que luchás por tu lugar
y porque luchás, te quiero 
y por todas esas cosas
y muchas más que no recuerdo
(pero no por eso son menos)
feliz día

feliz día

feliz día compañera
¡por la equidad de género!
Ahora es tarde para llorar
y es tarde para los abrazos.
Los recuerdos apuran el paso,
las memorias se alejan
y el sentimiento es menos.
Todo se aleja, todo dice adiós
de una forma absoluta y cruel
y me quedo a mitad de camino
entre lo que tengo y lo que se escapa.
Agito mi mano, cierro los ojos;
allí sigue el tren, esperando partir.

algo que pudo ser mejor y no lo fue (en fin)

Jenny alardea de su nueva nariz, como si ésta le diera un estatus superior de persona. Casi que se muere de ganas de que la aplaudan. ¡Felicidades por tu nueva nariz! Y los chicos querrían salir con ella y las chicas morirían de envidia. Una naricita respingada de porquería, que le costó cinco meses de sueldo y tres semanas de encierro casi religioso. Tanto sacrificio para borrar el apodo infame que recibió cuando tenía doce años y todos le decían pinocho porque al infeliz de Martín Fernández se le había ocurrido llamarla así. Pinocho se había transformado en Cenicienta, Jenny era feliz y ojalá que ese pelotudo tenga un trabajo pedorro y una vida miserable.


treinta días

Treinta días y hacemos las valijas. O quizás las desarmamos. Treinta días de si me quedo o si me voy. Treinta días y por cada puerta cerrada se abrirán dos. Treinta días, y el blanco no va a ser más blanco, y el negro se va a hacer gris. En treinta días el hogar se convierte en casa, y a la larga la casa en propiedad. En treinta días despierto o cierro los ojos.

Treinta días y hago clic.
Treinta días y hago stop.