Sólo conozco las sudestadas, las ráfagas de viento helado, las tormentas, la lluvia que no da tregua. Y mientras el nudo en mi estómago se hace cada vez más grande, yo me hago más pequeña. No se me ve, no se me oye. Dejo que el pánico me inunde, porque en el pánico y la angustia es donde me muevo mejor. No sé otra forma de ser que no sea ésta: la del tormento, la paranoia, la desesperanza. Y mientras observo a todos de pie, en lo alto, yo me hundo, me hundo para siempre, y me abandono a la tristeza, la que es permanente, la que no se va jamás.
saw her father cry
when her mother died
and she said out loud:
¡oh me, oh my!
fell in love with a guy
who left bruises on her face
she said nothing, but:
¡oh me, oh my!
sold her body for five cents
to buy food and rent a place
it was awful, but who cares?
she cried in silence:
¡oh me, oh my!
laid on a dirty street
wet, empty and hurt
the last thing she said was:
¡oh me, oh my!
hipócrates
engaña, araña
con redes blancas
y negras como el mal
lo que es, es
y lo que fue, fue
¿mas todo lo que será,
será?
¿o lo que fue, es
y lo que es, será
y lo que será, fue?
¿eres lo que eres
o eres lo que creo
que eres?
¿o lo que crees
que eres tú?
¿yo soy tú?
¿tú eres ella?
¿ella somos nosotros
y nosotros somos ellos?
¿lo que es rojo, es verde
y lo que es verde es azul?
¿quién soy?
¿quién eres tú?
la paria
Mente y cuerpo ya no son uno, sino dos entes completamente distintos. El cuerpo esta ahí, como una fachada inútil, una cáscara vacía, una mentira con ojos, manos y pies. Mira, pero no observa; oye, pero no escucha; Piensa, pero no razona. A todo esto, ¿dónde demonios se metió la mente? La imbécil flota como ectoplasma por el aire, con picardía y desfachatez. Y sí observa, y sí escucha, y sí razona. Observa a los demás individuos, con su cuerpo y su mente indisolublemente unidas, intactas. Escucha los ecos de sus pensamientos, que se transforman en miedos, en mentiras, en deseos. Al ver a su recipiente vacío, razona por un instante. Se ve tan frágil y tan miserable, tan... carente de sentido. Los demás están rodeados de un aura de color mientras que este cuerpo, este saco de huesos que le tocó ocupar no tiene nada de especial, mas bien parece ridículo. Puaj. Mejor seguir fuera de esa cárcel de piel y músculos.
ayer, y hoy más que nunca
quisiera ser como vos:
tener tu sagacidad e inteligencia
y tus ojos, sumamente astutos
tu sonrisa, que brilla y brilla
y tu falta de temor ante el mundo
te admiro, porque sos bello,
pero no te envidio,
porque la envidia es fea;
ojalá yo no fuera yo
y fuera vos
ojalá seamos los dos uno solo
yendo a la par, como paralelas
hasta el infinito
quisiera ser como vos:
tener tu sagacidad e inteligencia
y tus ojos, sumamente astutos
tu sonrisa, que brilla y brilla
y tu falta de temor ante el mundo
te admiro, porque sos bello,
pero no te envidio,
porque la envidia es fea;
ojalá yo no fuera yo
y fuera vos
ojalá seamos los dos uno solo
yendo a la par, como paralelas
hasta el infinito
domingo de mayo
Mis anteojos se empañan al beber el primer sorbo de té. Son las seis de la tarde, pero parecen las diez. Esa es una de las razones por las que detesto el invierno; siempre está oscuro y frío. Tal vez me molesta demasiado porque así es como me siento usualmente. Los polos tienen que ser opuestos, no iguales. Aunque paradójicamente los días nublados o de lluvia no me desagradan tanto. Ya ni me entiendo a veces.
Me dispongo a continuar con mi lectura. Me ha pasado que a medida que paso las páginas de un libro siento que estoy ante mi propia vida. En esos casos imagino que el escritor es amigo mío y que escribió mi autobiografía con lujo de detalles. Es sorprendente cómo los sentimientos son de carácter universal. En este momento, yo me siento sola, y al mismo tiempo en Bulgaria otra persona puede estar sintiéndose sola, o en Turquía, o en Japón, o en Colombia. Da igual el lugar, sentimos lo mismo.
Al reflexionar sobre esto, me angustio, porque recuerdo que soy un ser miserable y patético, y a la vez pienso en todos los seres miserables y patéticos en el mundo, que sufren como yo, y en cómo me gustaría abrazarlos y decirles "tarde o temprano, las cosas se ponen mejor", aunque ni yo me lo crea. Últimamente no creo en nada ni en nadie. Perdí la fe hace un tiempo largo.
El té se enfrió, pero qué más da. Ya no quiero té. Tampoco seguir leyendo, ni pensar en el hombre solitario de Bulgaria o de Colombia. Quiero pensar en que una vez me sentí feliz, aunque no sirva de nada. ¿Acaso existe alguien que sea feliz?
Me dispongo a continuar con mi lectura. Me ha pasado que a medida que paso las páginas de un libro siento que estoy ante mi propia vida. En esos casos imagino que el escritor es amigo mío y que escribió mi autobiografía con lujo de detalles. Es sorprendente cómo los sentimientos son de carácter universal. En este momento, yo me siento sola, y al mismo tiempo en Bulgaria otra persona puede estar sintiéndose sola, o en Turquía, o en Japón, o en Colombia. Da igual el lugar, sentimos lo mismo.
Al reflexionar sobre esto, me angustio, porque recuerdo que soy un ser miserable y patético, y a la vez pienso en todos los seres miserables y patéticos en el mundo, que sufren como yo, y en cómo me gustaría abrazarlos y decirles "tarde o temprano, las cosas se ponen mejor", aunque ni yo me lo crea. Últimamente no creo en nada ni en nadie. Perdí la fe hace un tiempo largo.
El té se enfrió, pero qué más da. Ya no quiero té. Tampoco seguir leyendo, ni pensar en el hombre solitario de Bulgaria o de Colombia. Quiero pensar en que una vez me sentí feliz, aunque no sirva de nada. ¿Acaso existe alguien que sea feliz?
subte
por debajo de mí pasan
y se ocultan
en lo más profundo de mi ser
¿qué será?
se hunden cada vez más
hacia el infinito
hasta desaparecer
¿qué será?
sombras que se ciernen sobre mí
y me empujan
cada vez más lejos y más adentro
¿qué será?
gritos que se convierten en voces
y luego en murmullos
y luego en ecos
y luego en silencio absoluto
¿qué será?
y se ocultan
en lo más profundo de mi ser
¿qué será?
se hunden cada vez más
hacia el infinito
hasta desaparecer
¿qué será?
sombras que se ciernen sobre mí
y me empujan
cada vez más lejos y más adentro
¿qué será?
gritos que se convierten en voces
y luego en murmullos
y luego en ecos
y luego en silencio absoluto
¿qué será?
¿Dónde estás?, pensaba, mientras corría por la avenida. Resultaba curioso que en esa tarde en particular Cabildo no fuera Cabildo; o sí, pero distorsionada. Miró hacia arriba y se había hecho de noche de golpe. ¿Dónde estás? Sintió frío en los pies, y vio que caminaba descalza. La visión de sus pies desnudos le provocó un fuerte dolor de cabeza que la trastornó; agilizó el paso, hasta alcanzar niveles de velocidad inverosímiles. Las cuadras se ensanchaban y se contraían y el tiempo no transcurría. Las luces la cegaban. ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?
Se bajó del colectivo, en la esquina de Malaver y España. Miró su reloj y comprobó que aún le quedaban quince minutos. El día era espléndido; soleado y sin una nube. Tal vez un poco frío para su gusto. La calle estaba desierta y el silencio era casi absoluto, momentáneamente interrumpido por el sonido de las vías del tren. Comenzó a caminar casi sistemáticamente, para hacer tiempo. Las hojas, en tonos amarillos y marrones, crujían bajo sus pies. Cada tanto pasaba un coche. Mientras recorría las calles pensaba en sí misma, no de forma egocéntrica, sino más bien retórica. El sol le daba de lleno en la cara. Soplaba un viento que le helaba las manos. Le divertía deambular por las calles de los barrios, como si estuviera de visita, como si fuera ajena a la situación. Se rió a carcajadas porque se sentía muy infantil, aunque en el fondo lo único que sentía era tristeza. Tal vez era cierto eso de que las personas más tristes son las que sonríen más a menudo. Se acordó de la máscara que había usado para Carnaval el año pasado.
Dio vuelta a la esquina, y mientras caminaba observó las casas de la vereda de enfrente. Había una en particular muy bonita, de ladrillos y rejas verdes. En la vereda, una señora baldeaba sistemáticamente. Le había llamado la atención porque tenía la sensación de haberla visto antes. Pensó que se había vuelto loca, y siguió recorriendo las calles con absoluta tranquilidad. Eran tres menos diez; tenía tiempo todavía. De pronto, cayó en la cuenta de que esa cuadra le resultaba más que familiar. Definitivamente ya había visto ese árbol. Era imposible, porque ella no vivía en esa zona, pero aún así...
Se disponía a doblar por Malaver para ir hacia donde la esperaban. ¿Ese auto azul no estaba estacionado en la esquina de atrás? A mitad de cuadra alcanzó a ver una vez más la casa de rejas verdes y la señora, que barría con fuerza el agua enjabonada hasta llevarla al pavimento. Es una coincidencia, pensó. Nada más que eso. Por allá se veía aquél árbol de ramas extensas. Consideró la opción de estar caminando en círculos, hasta que recordó que era imposible, pues lo que se repetía siempre era ese tramo entre las calles Malaver y Buenos Aires, era como un sueño absurdo y hasta pesadillesco, de esos que nunca terminan y que provocan que uno se despierte agitado y todo sudado.
Caminó más deprisa y consultó su reloj. Tal vez lo mejor sería llegar a destino un poco más temprano. Pero con sorpresa, las agujas marcaban las tres menos diez. La batería quizás se acabó, se dijo. Mas cuando se acercó el reloj al oído escuchó un tic, tac que le pareció más terrorífico que nunca. Alcanzó Malaver para encontrarse con el auto azul en la esquina; la señora de la casa de ladrillos continuaba su limpieza; las ramas del árbol se agitaban con furia. Tic, tac. El reloj aún marcaba menos diez. Se dio cuenta de que se había nublado. Comenzó a correr. Jadeaba por el espanto más que por la fatiga. No se detuvo al doblar de nuevo. Vio a su izquierda una mancha azul. Oyó los barridos y el agua que caía. Tic, tac. Casi no había sol. El viento silbaba entre las ramas del árbol maldito. Le caían las lágrimas; se convenció de que debía de estar soñando, y le gritó a su yo interno que se despertara. Gritó desaforada, y entendió que estaba sola, que no había manera de escapar de esa cuadra maldita.
Dio vuelta a la esquina, y mientras caminaba observó las casas de la vereda de enfrente. Había una en particular muy bonita, de ladrillos y rejas verdes. En la vereda, una señora baldeaba sistemáticamente. Le había llamado la atención porque tenía la sensación de haberla visto antes. Pensó que se había vuelto loca, y siguió recorriendo las calles con absoluta tranquilidad. Eran tres menos diez; tenía tiempo todavía. De pronto, cayó en la cuenta de que esa cuadra le resultaba más que familiar. Definitivamente ya había visto ese árbol. Era imposible, porque ella no vivía en esa zona, pero aún así...
Se disponía a doblar por Malaver para ir hacia donde la esperaban. ¿Ese auto azul no estaba estacionado en la esquina de atrás? A mitad de cuadra alcanzó a ver una vez más la casa de rejas verdes y la señora, que barría con fuerza el agua enjabonada hasta llevarla al pavimento. Es una coincidencia, pensó. Nada más que eso. Por allá se veía aquél árbol de ramas extensas. Consideró la opción de estar caminando en círculos, hasta que recordó que era imposible, pues lo que se repetía siempre era ese tramo entre las calles Malaver y Buenos Aires, era como un sueño absurdo y hasta pesadillesco, de esos que nunca terminan y que provocan que uno se despierte agitado y todo sudado.
Caminó más deprisa y consultó su reloj. Tal vez lo mejor sería llegar a destino un poco más temprano. Pero con sorpresa, las agujas marcaban las tres menos diez. La batería quizás se acabó, se dijo. Mas cuando se acercó el reloj al oído escuchó un tic, tac que le pareció más terrorífico que nunca. Alcanzó Malaver para encontrarse con el auto azul en la esquina; la señora de la casa de ladrillos continuaba su limpieza; las ramas del árbol se agitaban con furia. Tic, tac. El reloj aún marcaba menos diez. Se dio cuenta de que se había nublado. Comenzó a correr. Jadeaba por el espanto más que por la fatiga. No se detuvo al doblar de nuevo. Vio a su izquierda una mancha azul. Oyó los barridos y el agua que caía. Tic, tac. Casi no había sol. El viento silbaba entre las ramas del árbol maldito. Le caían las lágrimas; se convenció de que debía de estar soñando, y le gritó a su yo interno que se despertara. Gritó desaforada, y entendió que estaba sola, que no había manera de escapar de esa cuadra maldita.
Ni siquiera sé por qué trato de ser lo que no soy. Me consuela saber que todos lo hacemos en algún punto de nuestras vidas. ¿Se puede ser tan necio a veces? Sí.
Estoy confundida. Me pregunto constantemente qué estoy haciendo y hacia dónde voy. Al no poder responder, me frustro. Y me cierro.
Me siento muy sola. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Qué solo uno se puede llegar a sentir tantas veces, a pesar de la cantidad de personas que lo rodean. No me siento importante y no tengo una persona que me acompañe. Debería ver esto como una ventaja, pero en el fondo me duele. Siempre me va a doler.
Y para ser sinceros, jamás me importó tan poco la vida. No de una forma suicida, sino apática, que es peor. Me tiene sin cuidado sufrir. He caído en lo más bajo de mi ser.
ilusa de vos
que creías en el amor
y en las cosas bonitas
ahora te duelen los días
y tus ojos ahora
son dos cataratas tristes
que desembocan
en silencios oscuros
y promesas absurdas
las horas se te hacen eternas
la existencia, más lenta
las máscaras en el suelo
arruinadas como luego
de una noche de alcohol y fiesta
la ropa está sucia y el rímel corrido
ilusa de vos
que creías en la bondad
y en la pureza del alma
las hojas manchadas de tinta
y las palabras tachadas
los viejos recuerdos, olvidados
y las luces apagadas
que creías en el amor
y en las cosas bonitas
ahora te duelen los días
y tus ojos ahora
son dos cataratas tristes
que desembocan
en silencios oscuros
y promesas absurdas
las horas se te hacen eternas
la existencia, más lenta
las máscaras en el suelo
arruinadas como luego
de una noche de alcohol y fiesta
la ropa está sucia y el rímel corrido
ilusa de vos
que creías en la bondad
y en la pureza del alma
las hojas manchadas de tinta
y las palabras tachadas
los viejos recuerdos, olvidados
y las luces apagadas
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