Ahora es tarde para llorar
y es tarde para los abrazos.
Los recuerdos apuran el paso,
las memorias se alejan
y el sentimiento es menos.
Todo se aleja, todo dice adiós
de una forma absoluta y cruel
y me quedo a mitad de camino
entre lo que tengo y lo que se escapa.
Agito mi mano, cierro los ojos;
allí sigue el tren, esperando partir.
algo que pudo ser mejor y no lo fue (en fin)
Jenny alardea de su nueva nariz, como si ésta le diera un estatus superior de persona. Casi que se muere de ganas de que la aplaudan. ¡Felicidades por tu nueva nariz! Y los chicos querrían salir con ella y las chicas morirían de envidia. Una naricita respingada de porquería, que le costó cinco meses de sueldo y tres semanas de encierro casi religioso. Tanto sacrificio para borrar el apodo infame que recibió cuando tenía doce años y todos le decían pinocho porque al infeliz de Martín Fernández se le había ocurrido llamarla así. Pinocho se había transformado en Cenicienta, Jenny era feliz y ojalá que ese pelotudo tenga un trabajo pedorro y una vida miserable.
treinta días
Treinta días y hacemos las valijas. O quizás las desarmamos. Treinta días de si me quedo o si me voy. Treinta días y por cada puerta cerrada se abrirán dos. Treinta días, y el blanco no va a ser más blanco, y el negro se va a hacer gris. En treinta días el hogar se convierte en casa, y a la larga la casa en propiedad. En treinta días despierto o cierro los ojos.
Treinta días y hago clic.
Treinta días y hago stop.
Treinta días y hago clic.
Treinta días y hago stop.
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