La mierda no es poética, pero hay que sacarla para afuera. Para mí, hacer catarsis es como respirar. Al punto de que soy tildada de dramática. Por sacar todo afuera. Mi mamá me decía que no tenía que llorar, "que lo hiciera cortito". Y yo me tragaba la angustia, la mierda, y me sentía culpable por estar triste, me sentía una exagerada.Sigo sintiéndome exagerada cada vez que siento. Y toda esta parafernalia personal se debe a que la mierda tiene que estar afuera, y punto final.
Y porque ahora, siento muchas cosas. Siento miedo, y angustia, y rechazo, y tristeza. Porque me siento vieja. Porque me da miedo crecer. Porque hay personas que me hacen sentir mal conmigo misma. Y porque soy demasiado cobarde para ignorarlas/ mandarlas a la mierda. Porque me siento con trabas, y por sobre todo, porque la única que tiene el poder de cambiar las cosas para bien soy yo, y no lo hago, y me quejo en vez de movilizarme. Me duele ser como soy, y me jode ser tan estúpida. Siempre.
Me siento una mierda. Mierda. Mierda, mierda, mierda.


cinco canciones para un día soleado

Después de una semana bastante gris (y lluviosa) salió el sol en Buenos Aires... ¿por qué no festejar?




Dos amantes
se toman de las manos
se abrazan
se miran en silencio
con los ojos cargados de palabras.

Se besan en la oscuridad
mientras recorren sus siluetas
con las yemas de los dedos
ella llora de alegría
cuando él le dice que la quiere
y que la admira.

Dos amantes
se toman de las manos
toman un café
mientras se miran en silencio
con mirada enamorada.

trece de febrero

Tiendo a literarizar todo. Los sentimientos, las experiencias, los recuerdos, como si se fueran a escapar. Me da miedo que desaparezcan. O quizás me da miedo enfrentarlos, y por eso los escribo. Como ahora, que sólo escribo cosas tristes. No puedo escribir cosas bonitas, y lo que es peor, no puedo pensar en cosas bonitas. ¿Será que la escritura está pensada para lo feo, lo triste, lo torturador? ¿O lo que escribís es un reflejo de lo que sentís en ese momento determinado? No lo sé. Sólo sé que me siento culpable por escribir cosas tristes cuando lo triste no debería ser poético ni romántico. Y a la vez me siento aliviada de poder canalizar las emociones turbias. Y triste, porque lo único que siento es tristeza, y el nudo en la panza que pensé que se había ido de vacaciones por un rato.
Extraño pensar en cosas lindas.


 — ¿Qué es la muerte? —continuó mi madre con una alegría inquietante—.  ¿Qué es estar muerto? Bueno, en primer lugar, ¿qué es una persona? Un gran porcentaje de agua. Agua corriente. No hay nada tan extraordinario en una persona. Carbono. Los elementos más simples. ¿Qué es lo que dicen? ¿Que todos juntos valen noventa y ocho centavos de dólar? Eso es todo. Lo extraordinario es cómo se juntan. Por el modo en que se juntan tenemos el corazón y los pulmones. Tenemos el hígado. El páncreas. El estómago. El cerebro. Todas esas partes, ¿qué son? ¡Combinaciones de elementos! Combínalos, combina las combinaciones, y tendrás una persona. Lo llamaremos tío Craig, tu padre, o yo, pero solo son combinaciones de lo mismo, unos  mismos elementos reunidos y funcionando de una forma particular, por un tiempo. Lo que ocurre es que, llegado el momento, una de las partes se para, se estropea. En el caso de tío Craig, el corazón. Pero eso es solo una forma de mirarlo. Es la forma humana de mirarlo. Si no estuviéramos pensando siempre desde el punto de vista de las personas, si estuviéramos pensando en la naturaleza, en la naturaleza que no se acaba nunca, en las partes de ella que mueren, bueno, no mueren sino que cambian, cambiar es el verbo adecuado, cambian y se convierten en otra cosa, todos esos elementos que componen a la persona cambian y vuelven de nuevo a la naturaleza, donde reaparecen una y otra vez en los pájaros, los animales y las flores... ¡tío Craig no tiene que ser tío Craig! ¡Tío Craig son flores! 

Extracto de La vida de las mujeres, de Alice Munro

memorias

Recuerdo aquella vez que corrimos descalzos por la arena, y papá nos decía a gritos que no nos alejáramos demasiado, y vos corrías cada vez más rápido y yo intentaba alcanzarte, pero no podía, y te giraste para verme y te reías de mí, porque yo era lenta y más chiquita, y los gritos de papá ya no se escuchaban pero vos corrías y corrías, y yo pensaba en nosotros, y en te alejabas cada vez más, de mí, de todo, de todos...
Los pensamientos de Lucila eran de colores. Tal vez parezca imposible que un pensamiento sea de color, pero era así. A veces eran de un rosa atardecer; a veces eran de un rojo furioso, o un naranja. Algunos tomaban un color amarillo, como el sol, o verde, como el césped recién podado.

Los pensamientos favoritos de Lucila eran los azules. Cuando pensaba en azul era porque se sentía verdaderamente feliz. Le gustaban todas las tonalidades: azul cielo, azul violáceo, verde azulado. Tal vez era su color favorito porque le recordaba a aquellas tardes de primavera limpias y soleadas, sentada en el jardín de su casa mientras jugaba con su juego de té y sus muñecas de porcelana, y el aroma que despedían los jazmines le embriagaba el olfato. Tal vez era su color favorito porque el azul significaba calma. Calma después de recibir palizas de su papá. A veces observaba sus moretones a través de la luz del sol y los cortes en sus brazos. Sus propios gritos de horror resonaban en su cabeza y al mismo tiempo recordaba el rostro de su mamá, que se debatía entre la furia, el espanto y la impotencia. Mamá querida, que peinás mi cabello en dos trenzas y me llevás de la mano hasta el colegio. Que comprás helados de frutilla para las dos después de jugar todo el día en el parque. Que llorás en silencio cuando creés que no te estoy viendo. Mamá.

Cuando pensaba en Benjamín los pensamientos se volvían rosa pastel, y los latidos se hacían más frenéticos. Había días en que sólo pensaba en rosa. Un día se animó, y le dijo que lo quería. Luego el rosa se convirtió en negro. Los niños pueden ser algo crueles a veces.
Cuando llegó a la adolescencia, los colores eran cada vez menos frecuentes. Ya no podía pensar en rojo, ni en verde, ni en violeta. Ni hablar del rosa. De vez en cuando invocaba al azul, y se sentía mejor. Sobre todo porque ahora sólo pensaba en una escala horrible de grises. El color más horrible del mundo. Un color que no significa nada, ni siquiera tristeza. Un color que la asfixiaba.
De pronto el azul la abandonó, y Lucila se quedó sola, insulsa, gris.




qué linda que sos

Sus ojos se abrían de par en par, con deseo, cuando veía un busto prominente. O caderas voluptuosas. Un par de ojos delineados perfectamente. Labios rojos y carnosos. O un par de piernas largas, suaves y bronceadas. Vestidos cortos que dejaban lugar a la imaginación. Una cabellera larga y ondulada. Las oía hablar, con esas voces dulces y seductoras. Pasaban a su lado y el aroma a perfume inundaba su sentido del olfato, lo que desataba su locura.
En ocasiones, sentía la tentación de decirles algo, de halagarlas, de invitarlas a un café, de acariciarles la mano, de besarlas. Pero luego, recordaba que también era una de ellas. Y las mujeres, diría su madre, no deben estar con otras mujeres.