Los rostros cansados se reflejan en el espejo, distorsionados. El espejo les devuelve una imagen que no les pertenece. Entre sombras, se reconocen, pero no se conocen. ¿Quién es esa persona que me mira desde el otro universo? El universo oculto, el que se esconde debajo de la alfombra, el que subyace entre los sueños.
Su otro yo los observa, esperando la oportunidad de salir a escena. Ese otro yo que es el gemelo malvado, la manzana podrida, o quizás es el costado más bello y más considerado.
A veces, los rostros ya no son rostros, sino lienzos en blanco. Y con lápiz dibujan ojos, nariz y boca. El pulso tembloroso por el horror y la desesperación: los ojos bizcos, la nariz torcida y la boca hinchada. Peor es nada, pero... Con asco se limpian con agua y jabón, y pacientemente comienzan de nuevo la difícil tarea. Pero el rostro ya no es el mismo. Es un
pseudo-rostro, pero jamás un rostro de verdad, jamás el original.
Entre la confusión y el pánico, salen a la luz del sol, la luz que no oculta y que es honesta, y los miles de rostros se observan, garabateados, arruinados, deformados, pero perturbadoramente humanos.