Sólo conozco las sudestadas, las ráfagas de viento helado, las tormentas, la lluvia que no da tregua. Y mientras el nudo en mi estómago se hace cada vez más grande, yo me hago más pequeña. No se me ve, no se me oye. Dejo que el pánico me inunde, porque en el pánico y la angustia es donde me muevo mejor. No sé otra forma de ser que no sea ésta: la del tormento, la paranoia, la desesperanza. Y mientras observo a todos de pie, en lo alto, yo me hundo, me hundo para siempre, y me abandono a la tristeza, la que es permanente, la que no se va jamás.