Comenzó desde muy abajo. Su infancia había sido agridulce, pero feliz. El ritmo de la samba aún se refleja levemente en su mirada, en su sonrisa, en sus palabras, en sus gestos, en su forma de caminar. Aún recuerda cuando era niña y jugaba con sus vecinos. Cuando se burlaban de su peso. Cuando cocinaba con su mamá. Cuando iba al colegio de noche.
También recuerda cuando lo conoció a él. Y cuando se casó, a los dieciocho años. Un par de años más tarde vendría su primer hijo. Recuerda cuando tuvo que despedirse de su patria, para ir a un territorio bastante diferente. Nunca confesará lo mucho que le dolió decir adiós. Le costó adaptarse. Quizás era la nostalgia lo que la hacía estar muy triste y desorientada, lo cual era entendible al estar lejos de casa ¿o no era ésta su nueva casa?
La vida continuó sin freno alguno. Los días se tornaron rutinarios. La juventud, gloriosa, desapareció con los años. Comenzaron a salir las canas y las arrugas. Los hijos se marcharon. Las amistades se descuidaron. Las ilusiones que el amor trae se desvanecieron. Y la tristeza seguía allí, implacable, incapaz de sostener. Ella sintió que se marchitaba cada vez más. Ella, que había sido siempre de carácter alegre, con la música en la sangre y el sol en la mirada. Ella, que había volado tan alto cuando de sueños se trataba. ¿Todavía existían esos sueños? Se dio cuenta de que jamás los había cumplido. Por miedo. Por tristeza. Por obsecuencia. ¿Y su hogar? ¿Se encontraba allí o se había marchado de él hacía tiempo atrás?
¿Se había equivocado? ¿Había tomado las decisiones correctas?