Jean Honoré Fragonard, L'escarpolette (1767)
Yo soy yo, y a la vez no soy yo, y ya no sé qué me pasa. Me estoy transformando en un ser extraño. Me odio, y a la vez me obligo a ser menos dura conmigo misma. Ya no siento pasión por las cosas, ya no siento interés en hablar con personas, y hasta incluso ya no siento que tengo una vocación o un propósito en la vida. Soy inútil, y soy patética. Quier achicarme mucho, mucho, mucho hasta que nadie me vea, o hasta desaparecer por completo. Porque existir así no es existir.
sacó su vestido rojo
y los tacos negros
las medias de red rotas
en el suelo
miró todos los labiales
y eligió el más llamativo
rímel, quizás un poco
y los aretes dorados
¿qué hacer con el cabello?
una maraña de ideas rotas
entre tanto, un cigarillo prende
para calmar sus nervios
se mira en el espejo, se ama;
una diosa del Olimpo
personificada
mas la biología no miente
y por más que lo intente
allí estarán sus pelos, su barba
delatores, traicioneros
y los tacos negros
las medias de red rotas
en el suelo
miró todos los labiales
y eligió el más llamativo
rímel, quizás un poco
y los aretes dorados
¿qué hacer con el cabello?
una maraña de ideas rotas
entre tanto, un cigarillo prende
para calmar sus nervios
se mira en el espejo, se ama;
una diosa del Olimpo
personificada
mas la biología no miente
y por más que lo intente
allí estarán sus pelos, su barba
delatores, traicioneros
Se dirige hacia la estantería y busca rápidamente su libro favorito. Pasa las páginas con ansiedad hasta encontrar ese fragmento que tanto ama. Lo lee con avidez varias veces, como si quisiera memorizarlo. Su mente se llena de felicidad mientras se sumerge en ese pequeño retazo de la historia, y se pregunta por qué esa parte en especial la obsesiona tanto. Se siente cómoda y amparada; se siente segura. Siente que esos párrafos la elevan alto, hasta perderse en el infinito.
Al terminar, cierra el libro con delicadeza y vuelve a colocarlo en su lugar. Se retira de la habitación con gesto soñador y pacífico. ¿Cuántas veces más deberá leer ese fragmento para convencerse de que en la realidad, no existe la felicidad ni los sueños cumplidos?
Amelia prefiere caminar en vez de usar transporte público, o coche. Le gusta sentir el cosquilleo de las piernas en movimiento y el ruido de los pasos sobre el pavimento. Oye el silbido del viento a través de los árboles. Le gusta imaginar que esos silbidos son historias contadas por personas que viven a kilómetros de distancia. Se pregunta si sus historias también se vuelven etéreas y viajan lejos.
Amelia levanta la vista hacia el cielo, y se pregunta sobre el origen de su existencia. Los nubarrones negros le responden con lágrimas que en segundos se transforman en cataratas. Corre hasta encontrar un lugar en donde refugiarse; el pelo anaranjado contrasta con el gris de las calles y los edificios. Las nubes lloran, piensa Amelia, y se larga a llorar, porque hoy se siente miserable. Sus emociones suelen mimetizarse con el tiempo: ayer estuvo soleado y se sentía extremadamente feliz.
Al llegar a casa, Amelia se prepara una taza de té con leche y se sienta en su sofá. Reflexiona, y surgen varios interrogantes. Tiene alma de filósofa. Cuando era chica solía preguntar ¿por qué? y su mamá la miraba con desaprobación y fastidio. ¿Por qué? es una pregunta muy abstracta, y a la vez muy específica.
La luz en el interior del departamento se hace más débil. A través de la ventana llega un olor a la cocina de las abuelas; la vecina del 4ºA debe de estar preparando la cena. Amelia mira su reloj de pulsera y ve que son las ocho y cuarto. Suspira. Ojalá mañana no llueva.
Amelia levanta la vista hacia el cielo, y se pregunta sobre el origen de su existencia. Los nubarrones negros le responden con lágrimas que en segundos se transforman en cataratas. Corre hasta encontrar un lugar en donde refugiarse; el pelo anaranjado contrasta con el gris de las calles y los edificios. Las nubes lloran, piensa Amelia, y se larga a llorar, porque hoy se siente miserable. Sus emociones suelen mimetizarse con el tiempo: ayer estuvo soleado y se sentía extremadamente feliz.
Al llegar a casa, Amelia se prepara una taza de té con leche y se sienta en su sofá. Reflexiona, y surgen varios interrogantes. Tiene alma de filósofa. Cuando era chica solía preguntar ¿por qué? y su mamá la miraba con desaprobación y fastidio. ¿Por qué? es una pregunta muy abstracta, y a la vez muy específica.
La luz en el interior del departamento se hace más débil. A través de la ventana llega un olor a la cocina de las abuelas; la vecina del 4ºA debe de estar preparando la cena. Amelia mira su reloj de pulsera y ve que son las ocho y cuarto. Suspira. Ojalá mañana no llueva.
Comenzó desde muy abajo. Su infancia había sido agridulce, pero feliz. El ritmo de la samba aún se refleja levemente en su mirada, en su sonrisa, en sus palabras, en sus gestos, en su forma de caminar. Aún recuerda cuando era niña y jugaba con sus vecinos. Cuando se burlaban de su peso. Cuando cocinaba con su mamá. Cuando iba al colegio de noche.
También recuerda cuando lo conoció a él. Y cuando se casó, a los dieciocho años. Un par de años más tarde vendría su primer hijo. Recuerda cuando tuvo que despedirse de su patria, para ir a un territorio bastante diferente. Nunca confesará lo mucho que le dolió decir adiós. Le costó adaptarse. Quizás era la nostalgia lo que la hacía estar muy triste y desorientada, lo cual era entendible al estar lejos de casa ¿o no era ésta su nueva casa?
La vida continuó sin freno alguno. Los días se tornaron rutinarios. La juventud, gloriosa, desapareció con los años. Comenzaron a salir las canas y las arrugas. Los hijos se marcharon. Las amistades se descuidaron. Las ilusiones que el amor trae se desvanecieron. Y la tristeza seguía allí, implacable, incapaz de sostener. Ella sintió que se marchitaba cada vez más. Ella, que había sido siempre de carácter alegre, con la música en la sangre y el sol en la mirada. Ella, que había volado tan alto cuando de sueños se trataba. ¿Todavía existían esos sueños? Se dio cuenta de que jamás los había cumplido. Por miedo. Por tristeza. Por obsecuencia. ¿Y su hogar? ¿Se encontraba allí o se había marchado de él hacía tiempo atrás?
¿Se había equivocado? ¿Había tomado las decisiones correctas?
una vez
me sentí tan pequeñita
que miraba a todos desde abajo
a veces me pisoteaban con sus zapatos
una vez
me sentí tan pequeñita
que aunque me parara en una tarima
nadie me veía
una vez
me sentí tan pequeñita
que mi voz no se escuchaba
parecía una voz de hormiga
una vez
me sentí tan pequeñita
que cuando lloraba
me ahogaba en mis propias lágrimas
hoy día
me siento tan pequeñita
que sólo alcanzo a mirar calzados
ya no duelen las pisadas
hoy día
me siento tan pequeñita
que me acostumbré de a poco
a sentirme invisible
hoy día
me siento tan pequeñita
que callo mis palabras
porque jamás podrán ser oídas
hoy día
me siento tan pequeñita
que me dejo arrastrar por la corriente
de lágrimas saladas
me sentí tan pequeñita
que miraba a todos desde abajo
a veces me pisoteaban con sus zapatos
una vez
me sentí tan pequeñita
que aunque me parara en una tarima
nadie me veía
una vez
me sentí tan pequeñita
que mi voz no se escuchaba
parecía una voz de hormiga
una vez
me sentí tan pequeñita
que cuando lloraba
me ahogaba en mis propias lágrimas
hoy día
me siento tan pequeñita
que sólo alcanzo a mirar calzados
ya no duelen las pisadas
hoy día
me siento tan pequeñita
que me acostumbré de a poco
a sentirme invisible
hoy día
me siento tan pequeñita
que callo mis palabras
porque jamás podrán ser oídas
hoy día
me siento tan pequeñita
que me dejo arrastrar por la corriente
de lágrimas saladas
trabalenguas
Siento, porque soy un ente que siente. Siento porque soy un ser humano. Siento porque soy un ser vivo que reacciona ante estímulos. Los sentimientos varían siempre. Me gusta imaginar que tienen forma de ondas, porque oscilan y describen un movimiento extraño, de arriba a abajo, como cuando se es feliz y pronto nos sentimos demasiado tristes que perdemos interés en todo y en todos.
Cuando estoy triste pienso en cosas bonitas. O no. Pienso en cómo podría no estar triste. Lo que es doblemente peor, porque pienso en lo feliz que podría ser y no soy, y la tristeza no se va. Entonces elijo seguir estando melancólica, porque a veces nos sentimos tan mal que no hay nada que nos permita hacer lo contrario. En ocasiones lloro. En otras, me siento demasiado vacía, como si me viera a mí misma desde afuera. Es más fácil lidiar de esa forma con la angustia aunque parezca que estoy muerta. Porque no siento. Los seres vivos sienten.
La felicidad es un tema aparte. Le digo felicidad por costumbre, pero no es felicidad auténtica. Podríamos decir que se alcanza un "equilibrio" relativo. Siempre sospecho de los equilibrios emocionales. Vivimos en constante movimiento, ¿a que suena paradójico hablar de equilibrio? Somos sujetos dinámicos. Nada es permanente. Es estúpida la idea de estabilidad.
Pero supongamos que estoy en equilibrio. O como diríamos comúnmente, me siento feliz. Normalmente la felicidad me provoca un efecto anestésico. La realidad parece adulterada, surreal, onírica. No me siento yo misma. O tal vez soy yo misma pero a años luz de distancia.
Pero el peor de los sentimientos, el que tal vez más temo, es la ira. No porque sea peligrosa, sino porque nunca supe cómo lidiar con ella. La ira es una bomba a punto de explotar. Suele explotar, pero no hay daño colateral, porque la explosión sucede dentro mío. Por fuera luzco normal, pero por dentro parezco una escena de posguerra. Cuando uno se molesta, revela su costado más violento. Aprendí a no ser violenta, sólo para descubrir que el autocontrol es aún más violento.
¿Y lo peor de todo esto? La represión no es únicamente con la ira. Es con todas las emociones. Me enseñaron a no sentir, cuando sentir está en la naturaleza humana. Entonces siento, pero luego me da miedo sentir. Siento culpa de sentir.
Pero el peor de los sentimientos, el que tal vez más temo, es la ira. No porque sea peligrosa, sino porque nunca supe cómo lidiar con ella. La ira es una bomba a punto de explotar. Suele explotar, pero no hay daño colateral, porque la explosión sucede dentro mío. Por fuera luzco normal, pero por dentro parezco una escena de posguerra. Cuando uno se molesta, revela su costado más violento. Aprendí a no ser violenta, sólo para descubrir que el autocontrol es aún más violento.
¿Y lo peor de todo esto? La represión no es únicamente con la ira. Es con todas las emociones. Me enseñaron a no sentir, cuando sentir está en la naturaleza humana. Entonces siento, pero luego me da miedo sentir. Siento culpa de sentir.
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