Sus ojos se abrían de par en par, con deseo, cuando veía un busto prominente. O caderas voluptuosas. Un par de ojos delineados perfectamente. Labios rojos y carnosos. O un par de piernas largas, suaves y bronceadas. Vestidos cortos que dejaban lugar a la imaginación. Una cabellera larga y ondulada. Las oía hablar, con esas voces dulces y seductoras. Pasaban a su lado y el aroma a perfume inundaba su sentido del olfato, lo que desataba su locura.
En ocasiones, sentía la tentación de decirles algo, de halagarlas, de invitarlas a un café, de acariciarles la mano, de besarlas. Pero luego, recordaba que también era una de ellas. Y las mujeres, diría su madre, no deben estar con otras mujeres.