No hay que temerle a la soledad. Cuando uno está solo puede aprender muchas cosas que uno jamás aprendería cuando se está en compañía. No porque la compañía sea mala, sino porque las cosas cobran un valor mucho más subjetivo. Descubrimos cosas que nos gustan y cosas que no, pero de verdad. Respetamos nuestros sentimientos tal como son. Las palabras no suenan ensayadas. Los momentos se hacen más intensos, cargados de sentido. Los pensamientos fluyen libres, desinhibidos. Nos volvemos más sensatos y reflexivos. Y sobre todo, perceptivos. Apreciamos cosas que antes no estaban, ¿o parecía que no estaban? Los seres queridos se hacen aún más queridos.
No hay que temerle a la soledad. A veces, es necesario estar con uno mismo, y nadie más. Y no está mal.


Milk- Garbage