No había demasiada gente en la estación de subte. De hecho, cuando subió al vagón comprobó que ese día en particular parecían viajar muy pocas personas. Se sentó y sacó sus apuntes sobre literatura española. A medida que avanzaba con la lectura, vio cómo las letras danzaban sobre el papel al compás de una música que quién sabe de dónde venía. De repente sintió que su mente estaba muy lejos de allí, como si se hubiera separado de su cuerpo. Rodeado como por una neblina de ensueño, se bajó en la próxima estación, y una vez que se encontró en la avenida tuvo una horrible sensación de amnesia, porque no recordaba en lo absoluto cómo había llegado allí. Tampoco sabía muy bien dónde se encontraba ni qué colectivo debía tomarse para llegar a la facultad. Comenzó a caminar y sintió que los pies le pesaban mucho. Estaba sumido en un sopor que lo aturdía y lo embotaba. Se dio cuenta de que estaba yendo en círculos cuando advirtió que había pasado por el mismo local unas tres veces. Alterado, decidió pedirle ayuda a una chica que pasaba por allí y que por alguna razón le resultaba conocida. La mujer pareció sorprenderse.
- Alejo, ¿es un chiste? Soy Jazmín, ¿cómo no te acordás de mí?
La miró extrañado por unos segundos, y de pronto el rostro de Jazmín estaba deformado, como una caricatura grotesca. Comenzó a correr asustado mientras ella le gritaba algo que sonó como un alarido. Las cuadras parecían dolorosamente largas. Se detuvo a tomar aire. Le palpitaban las sienes y se sentía más aturdido que nunca. Sus piernas se aflojaron y se desvaneció. La cabeza golpeó en seco contra el pavimento y en ese mismo instante abrió los ojos, para sentir la luz del sol que se filtraba por la ventana de su cuarto.
- Alejo, ¿es un chiste? Soy Jazmín, ¿cómo no te acordás de mí?
La miró extrañado por unos segundos, y de pronto el rostro de Jazmín estaba deformado, como una caricatura grotesca. Comenzó a correr asustado mientras ella le gritaba algo que sonó como un alarido. Las cuadras parecían dolorosamente largas. Se detuvo a tomar aire. Le palpitaban las sienes y se sentía más aturdido que nunca. Sus piernas se aflojaron y se desvaneció. La cabeza golpeó en seco contra el pavimento y en ese mismo instante abrió los ojos, para sentir la luz del sol que se filtraba por la ventana de su cuarto.