Mi idealismo había llegado a niveles tan altos, que cuando tuve que crecer y enfrentar la realidad, ésta se había deformado atrozmente, como en una pesadilla de esas que parecen no tener fin. Tenía la sensación de haber estado soñando todo este tiempo, y que había abierto los ojos de repente. Por fin entendí aquella frase que rezaba: "el león no es como lo pintan". Aunque pensándolo bien, sería al revés, porque súbitamente todo se tornó mucho más oscuro y lúgubre, rodeado por un aura de malignidad. Me sentí idiota por ser tan ingenua durante tanto tiempo. Aquello que consideraba hermoso me parecía ahora casi irónico, con significados ocultos. Lo horrible se volvió mucho peor. Los días estaban siempre nublados y las horas se hacían infinitas. Los objetos se tiñeron en una escala de gris deprimente. Me sentía sin fuerzas para hacer absolutamente nada. Mi estado de ánimo andaba por el piso, y tenía malas formas para con los demás. Me volví cínica y desconfiada.
Con el tiempo entristecí, y me marchité por dentro, lenta y dolorosamente, hasta que un día me di cuenta de que me había puesto gris, como lo que me rodeaba. Tal vez me había mimetizado con el entorno, tal vez simplemente así sucedía naturalmente. Aprendí a vivir con mi nueva condición, con esa muerte en vida que parecía empeorar a medida que envejecía.